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Perfume

El frío de afuera tocaba la ventana con rudeza, llorando frente a ella, y yo la observaba sonriente mientras cerraba el estuche de mi guitarra.

El ruido de la lluvia no me dejaba tocar, pero nunca dejé de oír música. Me sentía calmado, y cada segundo que pasaba, mis ganas de prenderme al ambiente me invitaban a tomar un café, pero vacilé mis ganas y decidí divertirme un poco.

Había tenido un buen día, y no eran quizás ni las siete cuando apenas se veía el umbral de la puesta del sol. Mis ánimos no estaban tan altos pero sí podía jugar a estar vivo con ellos. Recordaba quien me había puesto así la noche anterior. Dejó su copa sin terminar junto a la mesa, y al irse no dejó nada más que su frasquito de perfume.

Comencé a imaginar el por qué me dejaría su aroma. La sensación que más me despierta su recuerdo es su aroma. Hierve mi sangre y debilita mis nervios, y me encanta.

Abrí la pequeña botella y comencé echando un pequeño rocío sobre el dorso de mi mano. Aquella noche fue ella quien me tomó su mano cuando cerramos la puerta del apartamento, y fue allí donde la besé. Su mano pasaba de mi cabeza a mis hombros, mientras yo jugaba con su cabello y palpaba su espalda. Ninguno de los dos fue tan valiente para verse.

Rocié un poco al aire, mientras caminaba a paso de cualquier pensador. Salía de mi cabeza el recuerdo de su aroma mientras nos apresurábamos al cuarto, liberándose poco a poco mientras la piel era más visible al otro. Dejamos nuestros rastros por todo el pasillo y el perfume se hacía potente. Seguía sin poder verla y ella tampoco a mí, aunque no dejábamos de tocarnos. Ella chocó su espalda contra la puerta de la habitación y me llamaba. Me las arreglé para girar la perilla ligeramente y continuar nuestro camino a la sublime tentación.

No hace falta decir que rocié un poco a la cama, donde mis labios por fin se separaron de los de ella, pero para buscar su cuello. Ella cerró sus ojos y la noche comenzó. Tambien sonaba el ruido de la lluvia que opacaba todo, la ventana empañada, el vaso de whisky que fue testigo de todo, y una lamparita de noche que por un agradable momento dejamos descansar.

Rocié una última vez sobre la almohada, que oía nuestros secretos cuando la lluvia dejó de sonar. Podía jugar con su cabello y sentía su fragilidad, le veía y me respondía con su sonrisa. El aire parecía estar frío, pero ninguno de ambos necesitaba más abrigo que tenerse al otro al lado. Ella nunca dejó de palpar mis brazos mientras yo jugaba con su cabello. Fue la almohada quien nos ayudó a terminar la noche.

Amaneció, y ella ya no estaba. Dejó su aroma en todos lados y yo no quería salir de allí. Me emborraché de su perfume, de su mirada, de ella. Incluso hoy, no quiero salir, porque sé que si desaparece su recuerdo me termino la botella.

Están tocando a la puerta. Que bueno que me guardé algunas gotas.

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