El frío de afuera tocaba la ventana con rudeza, llorando frente a ella, y yo la observaba sonriente mientras cerraba el estuche de mi guitarra. El ruido de la lluvia no me dejaba tocar, pero nunca dejé de oír música. Me sentía calmado, y cada segundo que pasaba, mis ganas de prenderme al ambiente me invitaban a tomar un café, pero vacilé mis ganas y decidí divertirme un poco. Había tenido un buen día, y no eran quizás ni las siete cuando apenas se veía el umbral de la puesta del sol. Mis ánimos no estaban tan altos pero sí podía jugar a estar vivo con ellos. Recordaba quien me había puesto así la noche anterior. Dejó su copa sin terminar junto a la mesa, y al irse no dejó nada más que su frasquito de perfume. Comencé a imaginar el por qué me dejaría su aroma. La sensación que más me despierta su recuerdo es su aroma. Hierve mi sangre y debilita mis nervios, y me encanta. Abrí la pequeña botella y comencé echando un pequeño rocío sobre el dorso de mi mano. Aquella noche fue ella quien m